Cuando el Premio Nobel de Literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio dijo en una conferencia en la FIL de Guadalajara que Juan Rulfo le parecía que era el más destacado de los escritores universales contemporáneos, la audiencia manifestó admiración, pues si bien el dicho resultaba exagerado, al siguiente instante despertó la anuencia convencida de los escuchas.
Y es que la obra narrativa de Juan Rulfo sigue tan fresca como cuando apareció por vez primera, pues el portento de su lenguaje está enraizado en la provincia aislada y profunda que fue asolada por la Revolución y la Cristiada, y posee esas resonancias antiguas y castizas del español más puro. Rulfo, como señaló Juan José Arreola, "consagró la lengua de la tierra".
Su lenguaje está más dicho por el alma que por la boca, de ahí que la gran revelación que le es dada al Juan Preciado de la novela Pedro Páramo sea que los murmullos que escucha por doquier son producidos por ánimas en pena y no por seres encarnados.
Por eso Borges afirmaba que "Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura".
Algunos de los cuentos de El llano en llamas –sólo detente, lector, a pensar en la hondura poética de este título– son casi poemas por la fuerza expresiva y la belleza de su prosodia. "¿No oyes ladrar los perros?", "Luvina", "Nos han dado la tierra", cuentos que son obras maestras del género y que, venturosamente, siguen leyéndose por las nuevas generaciones.
Cuando murió Rulfo en 1986, Carlos Monsiváis dijo que "es todavía un lujo a nuestro alcance".
Además de su portentosa lengua, los temas de la literatura de Rulfo, como la muerte, el amor y el rencor, hacen de su obra un legado universal que no sólo es compartible por todas las culturas, de ahí que sea uno de los autores más traducidos del mundo, sino que su vigencia aún palpita entre los lectores asiduos y siempre comienza a hacerlo en los nuevos lectores.
Por no eso no sería descabellado afirmar que todos somos hijos de Pedro Páramo.
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