miércoles, 22 de junio de 2011

La Encarnación como asentamiento de la identidad sexual

Entrevista con Darío Meléndez Manzano sobre su instalación "Divino Rostro"*

Este miércoles por la noche será inaugurada la Muestra plástica colectiva "Diferente" en el Museo del Chopo, dentro del marco del XIV Festival Internacional por la Diversidad Sexual. Una de las obras incluidas en la exposición es la instalación "Divino Rostro", de Darío Meléndez Manzano.
Esta obra consiste en un panel con múltiples toallas desmaquilladoras, llenas de colorido, que rozan lo grotesco al mostrar rostros deformados que se fijan de inmediato en la mente del espectador y lo remiten al lienzo de Verónica con el rostro de Cristo plasmado. Si bien en "Divino Rostro" no está fijado el de Cristo, sí lo está el de otra clase de divinidad, una divinidad ganada al poner en entredicho los valores ortodoxos de la identidad sexual.


Noé Cárdenas (N.C.): La instalación "Divino Rostro" tiene una clara alusión al lienzo con el que Verónica limpió el rostro de Cristo durante el Vía Crucis. ¿Cómo nace esta idea de hacer una paráfrasis con el rostro de los travestis?

Darío Meléndez Manzano (D.M.): Sí, por supuesto que tiene una clara referencia. El surgimiento de esta pieza tiene distintas raíces. La primera de ellas tiene que ver con el problema de la representación, desde hace varios años mi práctica dibujística y pictórica ha tenido como tema el retrato y en este género he tenido la intención de hacerlos lo más real posible, no en el sentido hiperrrelista, que se regodea en el juego de las superficies, sino en que el retrato de verdad esté conectado con la persona retratada. El vínculo que he encontrado para hacer esto más fuerte es ir al espacio donde vive la persona y tomar un fragmento del mismo lugar y pintar sobre él.

N.C.: Es decir, ¿un vínculo relacionado con la Encarnación?

D.M.: Exacto, una suerte de encarnación donde el soporte en el que pinto tiene una parte del espíritu de la persona y, en el caso de las impresiones, considero que son más reales que un retrato que solo representa, ya que en este caso el propio cuerpo deja una huella en el soporte, el rastro es más REAL que la representación.


N.C.: Debido a las constantes referencias a la religión cristiana, no está demás preguntarte si eres religioso y, si es así, ¿cómo llevas tu religiosidad?


D.M.: Sí, soy religioso en el sentido estricto. Si religión viene de religare, de volver a unir, de conectar con el mundo, de ser empático con el entorno, sí lo soy, sólo que no estoy adscrito a ninguna institución a pesar de haber sido formado en ella: estudié en escuelas maristas y con monjas del Perpetuo Socorro.


N.C.: Se advierte, en ese sentido, que ese "religar" lo llevas a cabo a través de tu arte. ¿Sería exagerado decir que te dedicas al arte sacro?


D.M.: No, para nada, al contrario. Lo que hago con mis piezas es justo eso: comulgar con el modelo, unirme, mostrar el lado humano, es una suerte de ritual contemporáneo que a pesar de parecer superfluo, expone cosas profundas.


Las reliquias del éxtasis


N.C.: Toda experiencia religiosa tiene al éxtasis como el momento culminante. ¿Buscas una experiencia semejante a través del arte?


D.M.: Sí, creo que el momento cumbre es lo esencial, la obra es una mera reliquia de ese éxtasis. Y como vivimos en una cultura occidental y fetichista adoramos esas reliquias.


N.C.: Si compartes la idea de que las influencias son de quien las merece, ¿cuáles serían tus principales influencias?, ¿dónde abrevas para alimentar tu obra?


D.M.: Yo creo que la fuente primigenia de todo son los espacios de culto cristianos, no la historia del arte, no el cúmulo de imágenes mediatizadas sino la experiencia de visitar iglesias. El arte novohispano en general, en especial las reliquias, por ejemplo la Capilla de las Reliquias en la Catedral y, dado el contenido residual y mortuorio de las piezas, Teresa Margolles y el colectivo SEMEFO han sido esenciales en mi camino, eso en cuanto a arte. Ellos recuperan la parte ritual del arte que ahora se halla tan soslayada bajo el glam de la cultura contemporánea, al menos en arte. Ya hay muy pocas cosas en arte que de verdad atienden a lo profundo.


N.C.: El vínculo entre lo sagrado y el erotismo ha sido patente a lo largo de las eras. ¿Cómo vives tú ese vínculo?


D.M.: Pues para mí es esencial, siempre hay una carga de erotismo en las piezas. En el caso de Divino Rostro, las impresiones no se hacen con medios mecánicos ni mediados por una herramienta como un lápiz o pincel. Son resultado directo de las caricias de mis manos sobre los rostros, surgen del contacto de pieles y, a pesar de ello, los resultados no son nada halagüeños, al contrario: son informes, monstruosos, como el deseo en su estado más puro.


N.C.: Muchas gracias por compartir tus conceptos Darío, y mucha suerte durante la inauguración.


D.M.: Gracias Noé. Espero te haya servido.


[Las imágenes provienen de "Divino Rostro", proyecto apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.]

*Entrevista aparecida originalmente en la página web de la Dirección de Noticias de Canal 22 http://www.noticias.canal22.org.mx/ 

viernes, 17 de junio de 2011

Resbalón con cáscara de plátano o una lección de humildad


Todo marchaba bien el 20 de enero de 2011. Me atrevería a decir a pedir de boca, hasta que un gazapo saltó y apestó no sólo la brevedad de la nota televisiva en la que yo intentaba situar el legado de David Lynch, del que estábamos conmemorando su cumpleaños 65, sino también y, acusadamente, la trayectoria ya añosa -que no gloriosa- del que esto escribe.
Este es el antecedente. Hace unos 20 años me ensañé en un artículo periodístico contra un joven entusiasta -al menos más joven y tan entusiasta como yo- que había brindado honras fúnebres a David Lynch en una revista universitaria a través de una larga semblanza luctuosa.
Dije entonces, en mi artículo, rabiosamente burlón, que aquel joven había resbalado con una cáscara de plátano, pues el que había muerto era David Lean, el célebre director de Lawrence de Arabia, y no David Lynch, el hierofante de oscuras y perturbadoras películas que ya había comenzado a constituir su propio culto con títulos como Ereaerhead (dificilísima de conseguir: los DVD eran una profecía e internet una no-tierra prometida); Blue Velvet, una de mis favoritas, definitivamente; Wild at Heart, donde surge el libidinoso duende de medio pelo Boby Peru; la serie de culto Twin Peaks, que resultó ser un parteaguas en la tv y cuyo capítulo piloto alcanzó el estatuto de película hecha y derecha... En fin, aún llegarían obras no menos pesadillescas y fascinantes como la trilogía compuesta por Lost Highway, Mulholland Drive e INLAND EMPIRE.
No intento agotar aquí en menciones la obra de Lynch, sino mostrar mi total devoción por su arte y, en la misma medida, el tamaño de mi resbalón con cáscara de plátano, acaecido unos 20 años después de mi zahiriente artículo contra el sepulturero prematuro de David Lynch.
La semblanza introductoria para la tv, como dije al principio, corrió a cargo del que esto relata. Al ver la transmisión sudé frío, deseé que la Tierra se abriera y me tragara cuando, al enumerar las obras principales del cineasta, escuché que dije sonoramente, víctima de un lapsus imperdonable: "Velvet Underground", y no "Blue Velvet", y el editor, fácilmente, en lugar de poner a Isabella Rossellini o a Denis Hopper en alguna escena de la película que yo estaba pensando, puso la portada del célebre disco de la banda neoyorkina con el plátano de Warhol.

jueves, 16 de junio de 2011

Lost in Guadalajara

Intento alcanzarme a mí mismo, pero soy más rápido que yo: la carrera de Aquiles y la tortuga como afección de mi propia alma, y de la que saco ventaja metafórica para compensar el olvido en el que nada este pobre blog. Por lo pronto, comienzo a enfilar mis colaboraciones de 2011 en la revista Nexos.

La que sigue habla de la tercera entrega de la trilogía memoriosa de Coetzee. Disfruté mucho su lectura, que ocurrió en Guadalajara al final de la FIL de 2010, viviendo una rara situación, como remanso en el tiempo, pues una vez emprendido el regreso a casa, fui obligado a volver, imprevista y sorpresivamente, a "La Perla de Occidente" para cubrir cierta reunión oficial de relumbrón, cuando debía estar en mi hogar, en buena y restañadora compañía. De modo que redacté la reseña en un cuarto de hotel, solo, como abducido o ¿acaso muerto brevemente?, al menos en un universo paralelo, como el de "La trama celeste" de Bioy.

Así pues, enajenado, tuve ocasión de relatar las implicaciones de Verano de Coetzee, en la que un biógrafo emprende sus pesquisas acerca de un Coetzee ya muerto.