domingo, 5 de mayo de 2013
Luis Ignacio Helguera, cazador de colibríes literarios
Hace 10 años murió Luis Ignacio Helguera. Dejó un hueco irreemplazable en el ámbito de las letras. Aquí, unas líneas para el curioso e improbable lector.
Cultivador de brevedades; agraciado escritor de corto aliento –a modo de especializada virtud–; cazador de colibríes literarios, tan difíciles de cautivar como los minúsculos pajarillos coloridos cuya suspensión aérea pone en entredicho toda gravedad, Luis Ignacio Helguera escribió libros alados, de género impreciso y breve que le zumbaron inspiradamente como desafío a su aire de flemático literato: pocas veces se le vio sin corbata y gabardina, y sí siempre con un copete lacio y rebelde que, sin embargo, Nacho estilaba amaestrado.
Lo primero que salta a la vista de las composiciones de Luis Ignacio Helguera –oscilantes entre el cuento mínimo y el poema en prosa– es el grado extremo de acabamiento que puso en constante peligro sus textos, ya que éstos podrían sucumbir ahogados en pos de la forma; sin embargo, él siempre supo acallar la música a tiempo. En él, no resultaba extraña esta sabiduría literaria siempre a punto de inscribirlo en esa modalidad consignada por Enrique Vila-Matas como característica de los “escritores del no”.
Callar a tiempo y poner atención a la serie de toses de la concurrencia de una sala de conciertos; callar a tiempo como veneración a una zona fundamental de la música, de la que Nacho fue siempre un entregado devoto y disfrutador de primera línea; su labor como jefe de redacción de Pauta y sus libros de musicólogo así lo confirman. Paciente autorizador de curiosidades, Luis Ignacio Helguera supo fiarse de sus pasos transeúntes, que siempre le prometieron itinerarios inéditos a su sensibilidad avizora. Ahí están los poemarios Traspatios y Minotauro.
Si es verdad aquello de que las influencias son de quien las merece, Helguera supo honrar con su escritura a sus autores predilectos, familia con varias afinidades de la que Luis Ignacio fue el benjamín: Ramón Gómez de la Serna y Augusto Monterroso, abuelos; Antonio Deltoro y Fabio Morábito, sus primos hermanos; y por ahí anduvo oculto un tío medio delirante y onirista de siete suelas del que Nacho nunca dejó de hablar: Pedro F. Miret, el escritor secreto más famosos del mundillo literario mexicano.
También nos legó una obra fundamental para la historia de la literatura mexicana: Antología del poema en prosa en México, en cuyo transcurso Luis Ignacio Helguera se remontó a sus más profundas afinidades electivas para compartirlas.
Su escritura es fragmentaria y antiépica: domeñó la pesadumbre de la vida cotidiana y templó las peripecias abruptas. “Nací en la Ciudad de México, el 8 de septiembre de 1962, a la hora del aperitivo. Me gusta la música, el whisky y el ensayo inglés”, confesó Luis Ignacio en la nota preliminar de su reunión de ensayos ¿Por qué tose la gente en los conciertos?
En estos momentos Nacho debe estar empeñándose en levantar el vuelo del murciélago a mediodía.
En la foto, de Moramay Herrera Kuri, de izquierda a derecha: Carlos Miranda, Noé Cárdenas, Luis Ignacio Helguera (finado) y Álvaro Quijano (finado), una noche de la última década del siglo XX en la Tasca Manolo (finada).
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